Cientos de miles de personas viajan a diario decenas de kilómetros de distancia entre sus casas y trabajos, como sucede con las y los habitantes del municipio de Tizayuca, quienes a diario pierden valiosas horas de energía y tiempo para llegar a la Ciudad de México (CDMX).
Las madrugadas de invierno suelen ser frías en el estado de Hidalgo. En Tizayuca, uno de sus municipios limítrofe, la temperatura puede alcanzar los grados bajo. Muchas veces cae la neblina, cubriendo las casas de los fraccionamientos.
El fraccionamiento Haciendas es uno de los tantos que hay en Tizayuca, un pequeño municipio de Hidalgo hecho por las voraces constructoras como una ciudad dormitorio, creada para las personas que trabajan en la Ciudad de México o el Estado de México.
Los primeros habitantes de la abismal zona de fraccionamientos compraron sus casas como opción de vivienda económica. Posiblemente, esos primeros vecinos no se imaginaban la cantidad de problemáticas que existirían años después, principalmente, por la falta de oportunidades laborales que obliga a esos habitantes a recorrer la distancia de Tizayuca a CDMX.
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Las personas que se mueven de madrugada
Son las 3:40 de la madrugada. Inicia un coro lejano y débil de alarmas en distintas privadas, que marcan el inicio de una inagotable jornada laboral, marcada por la movilidad urbana.
Isaac vive en una de esas tantas casas que son idénticas entre sí. Es un capturista de planos eléctricos que, a sus 55 años, se levanta de la cama casi al instante en que suena la alarma del su celular.
Baja las escaleras y entra a su estudio, donde cada noche anterior prepara su ropa y mochila para salir a trabajar. Un viaje más.
Camina con la pesadez acumulada de más de tres décadas trabajando. Sus ojos reflejan el cansancio de levantarse antes del amanecer para cruzar aproximadamente 60 kilómetros diarios.
Hace 26 años que trabaja en la Ciudad de México y, desde entonces, su vida ha sido un ir y venir en combis, camiones y el metro, desde que vivía con su madre en Iztapalapa e incluso más cuando compró su casa propia en un fraccionamiento de Tizayuca.
Son las 4:20 de la madrugada. La terminal de autobuses -si es que se le puede llamar así a unos cuantos metros cuadrados de terreno baldío donde caben aproximadamente siete camiones- de Haciendas de Tizayuca hierve de actividad. Hombres y mujeres de diferentes edades se aglomeran en las diferentes filas de los camiones que están por salir. Isaac queda en la fila de la unidad que irá al Metro Indios Verdes. Es un trayecto que recorre con tranquilidad, sin prisa, con el tiempo perfectamente medio después de tanto tiempo.
“Sabía que venirnos para acá (Tizayuca) iba a significar sacrificios. Pero, jamás pensé realmente en cómo le iba a hacer para irme hasta allá (Ciudad de México).”
Vivir donde se pueda vivir
Isaac trabajó en Santa Fe, en la capital del país, durante 25 años, los mismos que tiene su hija Abigail. Para entonces no vivía en Tizayuca, en el estado de Hidalgo, sino en la colonia Lomas de San Lorenzo Tezonco, en Iztapalapa. Aunque habitaba en la misma ciudad de su trabajo, el viaje era igual de demandante. Ir al camión, tomar el metro, y luego una combi.
Después, vino la necesidad de tener una casa propia para su familia. Debía buscar lejos, muchos kilómetros más lejos de su lugar de trabajo, por el alto costo de las casas o departamentos en 2010, en un momento donde las familias de clase media ya no podían comprar una vivienda fácilmente.
“Nos mudamos a Tizayuca cuando mis dos hijos iban en quinto y cuarto grado de primaria, respectivamente. Mi cuñado nos invitó a ver casas en Tecámac, en el Estado de México (un municipio colindante. Sin embargo, no nos convenció ninguna opción. La señorita que nos atendió, al vernos poco convencidos nos habló de un lugar llamado Tizayuca a pocos minutos de ahí y pues, con algo de escepticismo y tras una breve charla con mi esposa, nos trasladamos a dicho municipio para conocer el lugar en el que posiblemente encontraríamos un hogar.”
La familia de Isaac notó que la distancia entre Tizayuca y CDMX era más amplia. Aquella primera vez, tardaron más de 40 minutos en llegar desde Tecámac, el municipio vecino que también es límite entre el Estado de México e Hidalgo.
“Apenas entrar al municipio (Tizayuca) reconocías los vicios y características de un pequeño pueblo, y al pasar por el centro todo se veía muy rustico y tranquilo, con negocios, y en algunos tramos, espacios de campo abierto donde había siembras y una que otra casa construida a lo lejos.”
El día en el camión
Las puertas del autobús se abren y la gente comienza a subir en fila. Recompensado por su puntualidad, Isaac alcanza a sentarse en uno de los primeros asientos.
Es un volado trasladarse todos los días en ese horario. A veces, tienes que gastarte las energías yendo de pie, aferrado a los pasamanos mientras lidias con empujones de aquellas personas que tuvieron tu misma suerte.
El chofer cobra pasaje de 40 pesos a cada uno de los que siguen entrando, mientras Isaac observa la penumbra, a través de la ventanilla. Los asientos junto a las ventanas son sus favoritos. Encuentra menos molestias, es casi como un espacio personal, una diminuta recámara durante la hora y media que tardarán en recorrer los 57 kilómetros de distancia solo de Tizayuca a la estación del metro que donde baja en CDMX, para seguir el resto del camino a su trabajo.
Una mujer de la tercera edad se sienta a su lado, lo saluda como a un viejo conocido al que le extiendes un protocolario “Hola, buenos días”, para después continuar cada uno en sus propios asuntos.
Las circunstancias de los viajes suelen servir para una que otra plática ocasional y breve, mientras esperan a que arranque la unidad. Son del tipo “Otra vez se estrellaron por aquí”, “El frio está insoportable”, “Este chofer siempre parece que trae vacas al manejar”. Esta no es la ocasión. Isaac prefiere ver cómo el inamovible paisaje, mientras siguen subiendo los pasajeros.
“Después de la mudanza, y a los cinco días de haber tomado mi primer camión de Tizayuca a la Ciudad de México, no te voy a mentir, me quede mirando al vacío y me pregunte seriamente: “¿Qué es lo que hago aquí?”. Nunca había planeado esto así. Y mi trabajo en aquel entonces, no lo podía dejar por la promesa de una jubilación que nunca se dio y no se ha dado hasta la fecha.”
Isaac divide sus días en dos jornadas laborales. La primera, como capturista de planos, y la segunda y más pesada: la de seis horas de viaje de ida y vuelta, “si bien me va”.
“La mitad de mi vida se ha ido en el asiento de un camión y los vagones del metro de la Ciudad de México.”
Isaac identifica una voz joven, conocida. Sus miradas se cruzan y se les pinta una sonrisa cálida y familiar. Ambos levantan la mano para saludarse brevemente mientras su sobrina, Ana, camina por el pasillo, buscando un asiento.
Los últimos pasajeros alcancen a subirse, mientras el motor ya está lo suficientemente caliente para arrancar. Las puertas se cierran y el camión avanza hacia CDMX. Apenas son las 4:35 de la madrugada.
Movilidad urbana por falta de oportunidades
Ana es una joven de 25 años de edad, que comparte la misma realidad que el 24 por ciento de jóvenes que trabaja en alguna profesión ajena a su campo de estudio hasta el 2022, según información de la Encuesta Nacional de Egresados de la Universidad del Valle de México.
Terminó su licenciatura en Intervención Educativa casi al mismo tiempo en que concluía la difícil época de la pandemia de COVID-19 en México. Sin embargo, ahora trabaja como auxiliar de limpieza en una universidad del norte de CDMX.
En su casa viven cinco personas y los ingresos de un solo integrante no alcanzan para pagar las necesidades diarias.
“En trabajo bastante alejado de lo que planee estar haciendo a estas alturas, aquí en Tizayuca no hay oportunidades bien pagadas, y cuando las hay, es un golpe de suerte”.
Por eso, Ana sale de casa de sus padres a entre las 03:30 y las 04:00 de la madrugada para llegar a la terminal de autobuses que está en Haciendas Tizayuca. Intenta salir lo más abrigada posible, especialmente en temporadas de invierno. Principalmente porque sufre de asma desde niña.
Cada madrugada camina las calles principales del Fraccionamiento Haciendas, con su mochila en hombros. Con sus audífonos, va hacia el mismo camión donde frecuentemente se encuentra a su tío Isaac, ambos rumbo a la estación Potrero del metro.
“Uno se acostumbra a los viajes largos y a trabajar en lo que se pueda, pero si te mueve eso, mentalmente, creo que al inicio me movió mucho esa frustración de, salir de la universidad y no encontrar trabajo de eso en lo que tanto te esforzaste.”
A ella le afecta el desgaste emocional, la autoestima. “Te sientes incapaz y esa frustración de que prácticamente la mitad de tu vida se va en el traslado.”
A eso se suma el precio del transporte público para personas que recorren grandes distancias, como la ruta de Tizayuca a CDMX. Cerca de la mitad de su salario diario de Ana se va en el pago del transporte.
Mientras se acomoda en su asiento y pone su canción favorita de la semana, Ana mira al vacío de la ventanilla como su tío Isaac. Se pregunta si hará esto por mucho tiempo.
El precio de recorrer la distancia de CDMX a Tizayuca
Estar sentado en tantas horas de trayecto acaba con las rodillas y la espalda de Isaac. Mientras se masajea las manos, me cuenta que:
“Ya ni sé cuántas consultas médicas llevo este año, a eso agrégale que tengo que estarme cuidando porque tengo diabetes.”
En cambio, a su corta edad Ana enfrenta otro tipo de agotamiento: el emocional. Con voz apagada, dice:
“Llego tan cansada que apenas tengo tiempo para mí. Esto no es vida; es solo sobrevivir, constantemente siento que se me va la vida.”
Su historia es la de miles de personas que viajan decenas de kilómetros de distancia de CDMX a Tizayuca. También es la historia de miles de personas que hacen traslados similares en otras ciudades.
En el caso de CDMX y los municipios de Hidalgo como Tizayuca, el Tren México-Pachuca se ofrece como una oportunidad para mejorar el desplazamiento. Las autoridades despiertan esperanzas que también generan dudas entre personas que no tienen demasiada información del tema a la mano. Isaac reflexiona:
“¿Será más seguro? ¿Podremos pagarlo? ¿Pasará por las rutas que ocupamos? Ojalá que no sea otro sueño que solo beneficie a unos cuantos.”
Además, los traslados tienen otro problema común, la inseguridad. Ana e Isaac conocen casos de asaltos constantes en los autobuses, que no les ha tocado vivir. Eso transforma cada viaje en una lotería de supervivencia.
Volver a casa
Regresar a Tizayuca es otra odisea. Isaac y Ana salen de sus trabajos entre las 15:00 y las 17:00 horas, esta vez encontrarse con la interminable fila para subir los camiones en la estación Potrero.
El viaje, además de desgastante, es impredecible por la posibilidad de encontrarse con uno de los tantos accidentes o circunstancias que provocan tráfico en la autopista México-Pachuca.
Ana usa esos tediosos traslados para mensajear con amigos, ver memes, e incluso usa grupos de Facebook de personas que recorren la misma distancia de CDMX a Tizayuca, donde comparten actualizaciones.
Siente que su juventud se le escapa entre trayectos interminables. Quiere estudiar inglés, hacer ejercicio, “¿pero a qué hora?”.
A las 22:15 horas, Ana baja del camión con los audífonos puestos y semblante cansado. En cambio, Isaac camina hacia su pequeña casa con pasos pausados. Al abrir la reja de la entrada, lo reciben las mascotas de sus hijas, dos Schnauzer efusivos. Su esposa también lo espera para calentar la cena mientras él se baña y tres hijos bajan para cenar juntos.
Como sucede con su prima Ana, la hija de en medio de Isaac, Abigail, no ha podido encontrar trabajo relacionado a su carrera de Intervención Educativa. Sin embargo, ella se rehúsa a buscar oportunidades en la Ciudad de México. Todos los días espera encontrar un empleo estable en Tizayuca, aguardando impacientemente que le regresen la llamada de aquellos lugares donde envió su currículum
Su primogénito, Isai, vive preocupado por la falta de descanso de su padre. A pesar de que tiene tres trabajos, aún no logra la estabilidad necesaria para ayudar mejor a su familia.
En cambio, Isaac está enfocado en su hija menor, de 11 años, para no delegar responsabilidades a sus otros dos hijos.
Las desventajas de la movilidad urbana causadas por el sistema
Los fenómenos de desgaste y desigualdad en la movilidad urbana no son ajenos a los espejismos políticos. Isaac recuerda con escepticismo las múltiples campañas en Hidalgo, Estado de México y CDMX que prometían mejoras en el transporte público
“Siempre dicen que van a arreglarlo, pero todo sigue igual o peor. Suben las tarifas, pero los camiones son los mismos, viejos y peligrosos.”
Ana piensa que mejorar el transporte público convencional es muy difícil y que la mejor opción sería ampliar la oferta laboral en municipios como el suyo.
“El sistema parece hecho para que los que vivimos fuera de la ciudad siempre estemos en desventaja. Gastamos más, nos exponemos más, y al final, ganamos menos.”
En el municipio, los problemas de movilidad comienzan a generar ruido entre la población. Vecinos organizados han solicitado mejoras en las rutas de transporte y mayor seguridad en las unidades, pero las respuestas son escasas.
Hay ocasiones, en que viajar en el transporte público es imposible en Tizayuca, ante casos como los paros de transportistas que ocurrieron durante el 2023 por la inseguridad.
“Fue una etapa en la que llegábamos tarde. Aunque hicieras el esfuerzo por levantarte más temprano, los bloqueos o la suspensión de servicio de todas formas te afectaba y los precios comenzaron a hacerse más alto debido a la demanda del transporte y la escasez del mismo.”
Redes de apoyo
Las personas que diariamente se desplazan docenas de kilómetros pueden encontrar, a menudo, una red de apoyo improvisada entre sus pares. Además, es una forma de conocer a personas de todo tipo.
Isaac ha conocido a un buen número de personas interesantes, entre mujeres de la tercera edad y señores que siguen su misma rutina desde hace años.
“Han existido momentos en que sentimos que nos cuidamos entre todos. Si hay algo raro en el camión o alguien se siente mal, estamos ahí.”
Desde grupos vecinales que comparten consejos para evitar zonas peligrosas hasta pequeñas cooperativas que buscan generar empleo local, el tejido social en Tizayuca sigue fortaleciéndose. Todos buscan alternativas para que el municipio crezca y disminuya la dependencia laboral con la capital del país.
Isaac, por ejemplo, quiere abrir un negocio de comida los fines de semana, cuando no tiene que levantarse de madrugada para recorrer la distancia de Tizayuca a CDMX.
“Es poco, pero al menos me ayudaría a no depender tanto de los viajes, la verdad es que estoy en la recta final, el siguiente paso para mi vida es jubilarme y hacer un negocio propio, pero mi verdadero anhelo es dedicarle tiempo a mi familia y a lo que yo considero mi misión de vida, dedicarle el tiempo que no he podido a la iglesia, dedicarle el tiempo a Dios, yo soy pastor y una de las cosas que más me pesan es no poder estar al cien enfocado en el trabajo que me fue encomendado por mi fe.”
Por su parte, Ana ha decidido ahorrar para abrir una guardería privada o dar clases de regularización para niños de primaria. Así lo dice, mientras organiza estas ideas en una libreta:
“No será fácil, pero quiero intentarlo. Quiero creer que puedo hacer algo aquí, sin tener que ir tan lejos.”
Por ahora, Isaac y Ana siguen en movimiento. Detenerse no es una opción.
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