En la complicada geometría de las ciudades solemos buscar lugares que sean ajenos al espacio en sí. Un pequeño recoveco que nos extraiga de la cotidianidad hasta que ese mismo escape forme parte de aquello de lo que huimos.
Recibimos una fuerte sacudida cuando ese espacio predilecto baja definitivamente sus cortinas, borrado de forma abrupta del mapa de nuestras costumbres. Un nuevo hueco. Maxime, tratándose de lugares que enfrentan la indiferencia y un mayor cúmulo de dificultades económicas que otros negocios.
Una librería no puede entenderse sin la habitual incertidumbre de si habrá alguien lo suficientemente interesado en gastar en un libro y no en cerveza, en una buena comida o lo que sea.
Librería Lavanda es -o deberíamos decir que era- uno de esos rincones de maravillosa experiencia de estar frente a libreros bañados directamente por los rayos del sol, casi como si estuvieran al aire libre. De leer en un espacio que no es casa pero que genera la misma comodidad.
Eran las lecturas en un pequeño espacio de madera, ajeno en tamaño a las librerías que hacen las veces de supermercados de letras, con catálogos necesaria y ridículamente infinitos. Sobre su azulejo de trazos negros y blancos, ese nicho era un encuentro con algún libro no buscado, porque ahí no se iba por un texto en específico, sino a una cita con el azar.
Un lugar que albergó no pocas presentaciones de textos independientes, así como a las y los ganadores de los premios estatales de cuento y poesía de Hidalgo. También talleres, cursos y cualquier otra presentación incorporada a la ambigua clasificación de “cultura”. Un usuario de X definió a Lavanda como “un espacio de resistencia y encanto.
Fue una maravillosa tarde en la Librería Lavanda presentando mi #libro Eso que se dice hombre, un ensayo literario sobre #masculinidad publicado por Editorial @DesdeAbajo. Gracias por abrirle espacio a la #literatura independiente. pic.twitter.com/WeUqcM7vbY
— Beto Rodríguez (@wixorodriguez) May 21, 2023
Los días en la Librería Lavanda
Varios sábados podían resumirse en olfatear sus libreros, quedarse en los sillones frente a una pequeña mesa de madera. Leer en un intento por despejar de un manotazo las prisas cotidianas; leer en la efímera tranquilidad que puede dar una tarde soleada o nublada, con un té. Solo eso, porque la cafetera de esa pequeña librería pachuqueña llevaba meses sin funcionar.
Hace más de un año que el negocio era atendido, durante las tardes, por una joven con pecas, de cabello castaño oscuro, de fleco lineal y septum.
En sábado cualquiera, ella me adelanta que la librería cerrará. Lo dice de golpe, sin eufemismos o expresiones introductorias. Podría referirse a que, solo en esa ocasión, terminarían el servicio antes de las 7 de la tarde. Pero los estantes repletos de ofertas y el urgente remate de las últimas semanas indicaban algo distinto: que, para finales de agosto, cerrarían definitivamente.
Es tonto preguntar los motivos, entendiendo las circunstancias habituales que enfrentan estos espacios. Sin embargo, había que hacerlo. La chica de Vans Old Skool de bota solo confirmó que llevan varios meses con ventas bajas.
Los remates y cierre de negocios –a veces anticipados- pueden atraen una solidaridad que no siempre se anticipa. Esos clientes que hubieses querido tener antes para evitar la debacle. A lo largo de la tarde, varias personas se detienen afuera de la Librería Lavanda para ver los pequeños ejemplares de portada blanca que se ofrecen a 15 pesos cada uno. Un sujeto compró poco más de 20.
Afuera del negocio, sobre la banqueta, también ofrecían una “cita con un libro”. Tomé los dos únicos textos etiquetados como periodísticos, empujado por la dolorosa certeza de que son la clase de textos que las personas menos leen.
Un sitio más
La chica del septum aseguró que abrirían en los días restantes para vender la mayor cantidad de libros posibles. Como quien se marcha de un país llevando la menor cantidad de maletas posible. Que se vaya lo que semanas antes tenía un inamovible precio.
Me gusta imaginar que, así como cierra una librería, nacen otras dos en alguna otra ciudad. Pero también puede ser lo contrario: así como cierra una, sucumben otras cuatro. Puede que lo último sea más probable, considerando que, hasta 2023 existía un promedio de 3.4 libros leídos por persona al año en nuestro país.
En esta ocasión fue la Librería Lavanda, pero pudo ser una cafetería, un restaurante o cualquier sitio personalizable. Ante estos cierres, nos convertimos en nómadas que no dejan de buscar refugios.
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