A pocos días del galopante triunfo morenista en estas elecciones del 2024, una amiga me manifestó el temor de muchas y muchos trabajadores de los organismos a los que la 4T planea meterle mano en su llamado “Plan C”.
Principalmente, el terror que en no pocos espacios comienza a manifestarse por la hegemonía de un solo proyecto político que posiblemente habrá de avanzar durante los próximos seis años con un respaldo que solo en tiempos venideros la sociedad podrá analizar si fue bueno o no otorgar.
-La gente no entiende que los ricos y la clase media no tienen la culpa.
No se trata de desenvainar argumentos sobre quiénes tienen o no la razón. La situación es que el resentimiento de las clases medianamente acomodadas podría ser equiparable –no en cantidad, sino en intensidad- a las décadas de enfado acumuladas por las clases de menor escalafón.
Porque la llamada “división” social siempre ha existido, solo que ahora resulta más visible. Y ahora forma parte de un discurso oficial.
Es eso a lo que el filósofo alemán, Peter Sloterdijk, tuvo a bien llamar los “bancos de ira”. Esos capitales político-sociales nacidos de un enfado ciudadano que sirve para la constitución de grandes movimientos sociales, llámese fascismo, llámese socialismo.
No es como que en nuestro país tengamos los parámetros exactos de un gobierno socialista, aunque tampoco de izquierda. Sin embargo, ese banco de ira ha servido bastante bien para conformar el espumoso y creciente respaldo que inició en 2018.
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El resultado de las elecciones de este 2024 tiene dos componentes: el del resentimiento y su administración, ejecutada en la llamada “elección de Estado”.
Los gobiernos morenistas cumplieron con la encomienda de meterse hasta el fondo, usando los recursos monetarios y de coacción institucional para lograr ese resultado. Sin embargo, el desenlace habría sido menor si las y los obreros, maestros, trabajadores del hogar, adultos mayores o cualquier trabajador promedio no estuviera en la situación que está.
La 4T no vino a solucionarles la vida, eso es bastante claro. Sin embargo, hizo un poco más que el resto de los partidos: dar un poquito más, a través de programas sociales homologados que no fuesen una despensa o unos útiles escolares con la estampa oficialista. As lograron matizar la ilusión de un gobierno que ve por ellos, aunque sea solo para refrendar el voto.
Es difícil aleccionar a las clases bajas sobre emitir un voto racionado. No solamente por la dispar educación política que existe, sino porque el electorado que pasa necesidades solo piensa en eso: en tener un poco más para subsistir.
Optar por un aleccionamiento político tampoco es garantía. Mucho menos, cuando los maestros del deber-ser democrático tienen la apariencia de aquello que -según sienten-, los sigue ninguneando.
Estas dos últimas elecciones son también una manifestación de lo que no dejamos de adolecer. Esto es, la falta de comprensión, de empatía, entre las esferas que componen esa amalgama de pensamientos y deseos que llamamos sociedad.
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